Un cliente llega a un bar.
Ha aparecido por allí porque es el bar que con diferencia más clientes tiene y además se lo recomendaron algunos conocidos. Desde fuera tiene unos atractivos letreros luminosos. Hace tiempo era lo más pasarse por allí y ver el ambiente.

Cuando entra le llama la atención el ruido, las conversaciones atropelladas, casi a gritos, de algunos grupos y una música de fondo que no deja de parecerse a marchas militares o músicas de desfiles.
Decide darle una oportunidad y se pide una cerveza.
Se la sirven caliente porque despidieron a los que tenían que mantener la cámara frigorífica. Luego se entera de que cerveza cerveza no es, pero es algo parecido que no le quieren detallar. Parece que tampoco viene a limpiar los baños, ya que viendo la puerta tiran un poco para atrás, así que ni se atreve a entrar.


Ve un cartel en el que se anuncia que el pinchadiscos es ahora una IA, y al parecer pincha mucho música militar porque es la que le gusta al dueño del bar, que es el que maneja al algoritmo. El cartelito tiene un montón de letra pequeña debajo de lo de “reservado el derecho de admisión” pero el cliente no tiene ganas de acercarse a mirar el detalle. Lo firma el dueño, que además ha puesto una foto suya que ocupa medio cartel. Viéndole la pinta no genera mucha confianza. No hay que caer en prejuicios, piensa el cliente. Debe ser alguien muy listo porque el bar, aunque ya no es lo que era, sigue teniendo mucha clientela y le han dicho que además tiene un taller de coches y varios negocios que lo petan.


Va mirando los grupos. Hay periodistas famosos, algunos artistas y bastantes políticos. No entiende bien por qué muchos políticos se empeñan en venir a ese bar a ser el primer sitio en contar lo que están haciendo, cuando lo pueden hacer con sus propios medios o saliendo en los periódicos o en otros bares, pero el cliente no entiende mucho de estas cosas.
Se acerca a un grupo bastante animado en el que están hablando de por qué la Tierra es plana con algunos ejemplos. Le llegan a la vez conversaciones sobre el futuro de Europa, alguien que enseña fotos de sus gatos, dos tipos altos habalndo de algo sobre vacunas y otro grupo comenta lo último de una cantante de moda que no debería meterse en política.

La verdad es que sí que hay gente. Puedes estar un buen rato distraído con cosas que llegan de aquí y de allá.

Por el rabillo del ojo le ha parecido ver que en un grupo estaban insultando a gritos a alguien con gestos amenazadores, pero no se ha querido meter. Se ha acercado a otro grupo en el que hablaban sobre la libertad de expresión en el que ha visto alguna cara conocida. Ha contado algo ingenioso al grupo y un montón de gente que no conoce le ha palmeado la espalda. Pequeño subidón de autoestima.


Aun así, el cliente deja su “cerveza” sin acabar y va hacia la puerta, no le convence el ambiente. En ese momento se le acerca un amigo y le invita a quedarse un rato más.
Cuando el cliente le dice que el ambiente no le gusta y que se va a ir a otro bar más tranquilo, su amigo le dice que lo mejor es que se quede, porque así, si son muchos como él, al final el ambiente será el que le gusta y así el bar no se llena de gente indesable.


El cliente le comenta que no le apetece darle dinero al dueño del bar porque no limpia los baños, la música es horrible, da cerveza que no es cerveza y no dice nada a los que están insultando a otros clientes. Que al final, estamos hablando de un bar. Que hay más bares por ahí. Aunque claro, sin tanta gente e igual no luce tanto cuando cuentas un buen chiste, pero que va a estar más a gusto y se va.


Se sorprende de que a unas manzanas aún se oye la musiquita machacona.


“¡Que suerte de que el mundo sea grande y variado!” piensa el cliente mientras se aleja.