Hace unos 30 años me desentendí del conflicto en Palestina porque, sinceramente, estaba cansado de un run run continuo y algo desquiciante.
¿De dónde venía ese cansancio?
En 1982 la invasión del Líbano me pilló ya con 16 años, empezando a enterarme de cómo marchaba el mundo. Ariel Sharón era ministro de defensa en Israel mientras Benjamin Netanyahu era un casi desconocido director de marketing de una empresa, aunque ya con contactos políticos. En el 84 Ronald Reagan nos animaba con una posible guerra nuclear con los Rusos a lo que se unía allá por el 85 la preocupación ya en en serio con el agujero de la capa de ozono.
En el 87 comienza la primera Intifada y en el 88 Yaser Arafat acepta las resoluciones de la ONU 242 (Tierra por paz) y la Resolución 338 (Alto el fuego). En el 89 cae el muro de Berlín y en el 91 se celebra en Madrid una conferencia de paz de Oriente medio. En el 92 las olimpiadas y también dos devaluaciones de la peseta. Llega el 93 con los acuerdos de Oslo y en el 94 le dan el nobel de la paz a Arafat. En el 95 nace mi hijo, e Israel y la OLP firman el acuerdo Oslo II sobre Cisjordania y la Franja de Gaza. Aquí Netanyahu ya es presidente del likud.
Para entonces ya estaba saturado de un conflicto que como las olas del mar se acercaba y se alejaba, marcando cierto ruido constante, que invisibilizaba el sufrimiento de personas concretas. Guardé la kufiya que como muchos había comprado por solidaridad y algo de snobismo y me dediqué a presta atención a otras cosas, ya que preocupaciones no faltaban, con la idea en la cabeza de “pónganse de una vez de acuerdo y déjenos en paz que ya tenemos nuestros propios problemas”.
30 años más tarde no hay paz, no se han puesto de acuerdo y la situación es terrible y algo hay que hacer.
Aunque sigamos cansados. Auqnue sigamos con nuestros propios problemas del mismo nivel o mayor que la posible guerra nuclear de Ronald Regan hace 40 años.
Aunque lo mas probable es que el conflicto siga, que no se solucione con nuestros pequeños gestos. «Lo problable no es inevitable» nos recuerda Edgar Morin animándomos a resitir y a luchar contra la deshumanización.
No dejo de recomendar, si no apoyas, a Oxfam, Amnistía internacional, Acnur, Unicef o alguna de las iniciativas que al menos tratan de dar ayuda humanitaria, defender la paz y los derechos humanos, al menos, si no lo has hecho ya , por favor, lee a Amos Oz.
Lo puedes hacer en «Contra el Fanatismo«, «Las cuentas no están saldadas» o “Queridos fanáticos”, aunque yo lo conocí primero por su componente literaria. Los que recomiendo son textos breves y llenos de sinceras reflexiones del autor que animan a pensar.
Para muestra unas líneas de “Las cuentas no están saldadas”, básicamente su última conferencia:
«En primer lugar, lo que hay entre nosotros y los palestinos desde hace más de cien años es una herida sangrante, y no solo una herida sangrante, sino también una herida infectada, llena de pus. Ha pasado a ser un absceso. Una herida no se cura a palos. Es imposible. No se puede golpear una herida una y otra vez, y darle una lección para que deje de ser una herida y deje de sangrar.
No me opongo a los palos. No soy pacifista.
A diferencia de mis colegas europeos y norteamericanos, que muchas veces me abrazan por razones equivocadas ―eres nuestro hermano, make love, not war―, yo jamás he pensado que la violencia sea el mayor mal que existe en el mundo. Siempre he pensado, durante toda mi vida, y lo sigo pensando, que el mayor mal que existe en el mundo es la agresividad. Y, en muchas ocasiones, la agresividad hay que detenerla a la fuerza. Se necesita un gran palo para refrenar y controlar la agresividad. La agresividad es la madre de todas las violencias del mundo. Y, por tanto, jamás he creído en eso de make love, not war, pon la otra mejilla, all you need is love.
Dos parientes lejanas mías, judías de Alemania, cuando eran adolescentes, pasaron años en campos de concentración nazis. Quienes las liberaron de los campos de concentración nazis no fueron pacifistas con eslóganes, ramas de olivo y palomas, sino soldados aliados con cascos y metralletas. Eso jamás lo olvidaré. Por eso no soy pacifista, sino un luchador que lucha por la paz o un abanderado de la paz. Por eso no soy contrario a los palos. (…)
Sin embargo, una herida no se cura a palos. Listillos de todo tipo llevan cien años diciéndonos: Un golpe más, uno fuerte y ya está, y todo se arreglará.
No. Una herida hay que curarla.
No se la puede curar en un día, ni en una semana. Pero hay que empezar por algún sitio. Buscar un tratamiento inicial para la herida. Lo primero es adoptar un lenguaje terapéutico. No un lenguaje de sometimiento, ni un lenguaje de disuasión, ni palabras como «que aprendan la lección», «de una vez por todas» o «van a recibir tantos palos que no van a saber ni de dónde les llegan», sino un lenguaje terapéutico.
Un lenguaje terapéutico empieza por decirle a tu adversario —sí, a tu enemigo— estas sencillas palabras: «Ya lo sé. Te duele mucho. Lo comprendo».
No las palabras: «Tú tienes razón y yo soy malvado». No las palabras: «Quédatelo todo. Lamento todo lo que te he hecho». No las palabras: «Me avergüenzo de todo». Sino estas sencillas palabras: «Te duele. Lo sé. También a mí me duele. Busquemos alguna solución» “
Y ahora lo primero, junto al lenguaje terapeutico, es un alto el fuego.
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